La vida en el caserío no tenía horarios. En lugar de contar las horas, se valían del tiempo que transcurría entre el amanecer y el anochecer. La fuerte unión con la naturaleza establecía los ritmos y tiempos de trabajo. Las estaciones del año indicaban los trabajos de la huerta, la cuadra, el monte, así como las labores de la casa. Los días eran más largos o menos en función del tiempo de luz de los mismos, que venían establecidos por los solsticios de verano e invierno. Todo esto determinaba el trabajo diario.