Mujer y caserío

TRADICIÓN

El caserío tradicional representa una forma de vida en la que la vida familiar convive constantemente con el trabajo diario.

Las labores son innumerables, tanto dentro como fuera del mismo y la mujer participará de ambas. Además de los trabajos propios de la limpieza y mantenimiento de la casa, de la crianza y educación de los hijos, de la comida…  también se encargará del cuidado y limpieza de los animales, de la huerta, de la conserva de los productos obtenidos de éstos, de su puesta en venta… y en este punto volvemos al tranvía de Arratia. Generalmente era la mujer la se encargaba de la vendeja, que no era otra cosa que una selección de productos que ponía a la venta en las inmediaciones, en las ferias o en los mercados de Bilbao a los que podía acceder a través del tranvía de Arratia.

La venta de los productos del baserri les permitirá comprar aquéllos otros que no les era posible producir como el petróleo para los candiles, las velas… o ciertos caprichos para días señalados como el chocolate, el café… y también obtener el dinero suficiente para pagar la renta.

La inmensa carga de trabajo que generaba el caserío hacía que las familias fueran muy numerosas, por la sencilla razón de que cuantas más manos, más trabajo podían abarcar. A los niños, apenas comenzaban a andar, se les iba inculcando el mundo del trabajo. Los mayores cuidaban de los pequeños y la mujer pasaba prácticamente toda su vida fértil entre embarazos y partos, lo que tampoco le retiraba de trabajar. A finales del s. XIX la tasa de mortalidad infantil y la de las mujeres al dar a luz era muy alta.

Uno de los descubrimientos más importantes de la modernidad fue la higiene, lo que les procuró una vida más saludable y más larga.

En este sentido, la influencia de la modernidad comienza a llegar al mundo rural de la mano del boticario, que procuraba remedios más eficaces que los tradicionales y además hacía recomendaciones para mejorar la salud de sus habitantes.

La figura de la mujer era fundamental en la educación y en la transmisión de valores a los hijos. La madre y la abuela  se encargaban de su crianza, pero también de introducirles en el mundo simbólico de las tradiciones, creencias, valores, religión… En definitiva, de enseñarles lo que estaba bien o mal, de lo bueno y lo malo.

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